¿Ocuparse ó Preocuparse por el propio bienestar?
De qué manera la falta de gestión del estrés diario puede acabar en enfermedad.
(¿Ocuparse o preocuparse por el propio bienestar? Marzo 2011. Diario El Territorio)
La ansiedad es la respuesta normal de nuestro cuerpo a un estímulo que evaluamos amenazante, es decir que funciona como una alarma que se activa ante el peligro. Todas las personas experimentamos cierto grado de ansiedad en nuestras vidas en diferentes situaciones, tales como: el primer día en un trabajo nuevo, en un examen ó ante un peligro inminente. Cuando nuestro organismo comienza a desencadenar esta respuesta se genera una serie de reacciones químicas que nos preparan para dos respuestas: la lucha o la huida, ambas asociadas al instinto de conservación. Algunas de las sensaciones que podemos experimentar entonces, son: palpitaciones, sudoración, sensación de ahogo, náuseas, mareos, etc.
Pero, ¿qué pasa cuando sobreestimamos el peligro o la amenaza? Esta respuesta normal, puede volverse patológica, es decir que pasa a ser desproporcionada y comienza a ser disfuncional, a interferir en nuestra vida ya que, según el tipo de ansiedad que se desarrolle podemos tender a evitar las situaciones que nos generan ese malestar. Este mecanismo que ponemos en acción cuando nos sentimos amenazados y huimos se llama EVITACION y es muy efectivo porque nos aleja de la amenaza y nos produce un gran alivio, acarreando consigo una consecuencia indeseable: la sensibilización. De este modo no solamente evitamos la situación estresante sino todo lo que es semejante a ella y su contexto. Este circuito (situación – malestar – evitación – alivio) retroalimenta el problema, ya que la evaluación de la situación es inapropiada y con el tiempo irá generando un estado de expectación ansiosa, de alerta e hipervigilancia a las sensaciones corporales o situaciones que nos provocan ese malestar a fin de poner en marcha la evitación.
Debido a este contexto y con el pasar del tiempo (Solo 7% a 9% acuden a médicos de atención primaria) muchas veces la persona que tiene un Trastorno de Ansiedad presenta de forma comórbida, es decir conjuntamente, un Trastorno del Estado de Ánimo (Depresión Mayor ó Distimia). El 58% de los pacientes con Trastorno Depresivo Mayor poseen algún Trastorno de Ansiedad.
Los síntomas de Depresión Mayor y de Distimia habitualmente se superponen con varios de los síntomas del Trastorno de Ansiedad Generalizada, sobre todo los síntomas de preocupaciones y rumiaciones, la disminución en la concentración, el insomnio y la fatiga. (Los datos estadísticos fueron extraídos del libro: “La ansiedad y sus trastornos”. Cap 4 de Alfredo H. Cia.)
Valga aquí la aclaración de que las personas pueden TENER un trastorno de ansiedad ó del estado de ánimo y no SER ansiosas o depresivas, el tener un estado que es temporal no es sinónimo de que las características que refieren al mismo sean las que definen a la persona.
¿Cuáles serían los indicadores de un estado depresivo?
La pérdida del interés para hacer cosas, el sentirse triste la mayor parte del tiempo, cambios en los hábitos de sueño y/o alimentación, fatiga, dificultades con la concentración, entre otros. En estos cuadros los pensamientos que se tienen son mayormente negativos respecto del sí mismo, las experiencias y el futuro, es lo que Aron Beck, padre de la Psicoterapia Cognitiva, denomina la TRÍADA COGNITIVA DE LA DEPRESIÓN.
Esta forma de ver el mundo y de atribuirle significados, tendrán un tinte depresógeno, y debido a ello se hará una evaluación desproporcionada de las situaciones ya que se subestiman las cualidades propias, se sobreestiman las dificultades y se espera el fracaso. Esto puede llevar a la anhedonia y a la hipoactividad (dificultad para sentir placer y baja o poca actividad) hay personas que comienzan aislándose socialmente y luego dejan sus trabajos, parejas, etc. Aquí el circuito que retroalimenta al problema es: creo que soy un perdedor – todo me sale mal – todo irá mal – entonces no hago nada, por lo cual termino sintiéndome más triste.
La depresión es uno de los problemas que más afecta a la población en general, “es la causa del 75% del total de hospitalizaciones psiquiátricas”, según un informe de 1973 citado en el libro de Aron Beck: Terapia Cognitiva de la Depresión. Cap.I. Lamentablemente no todos estos individuos consultan y pocos tienen un diagnóstico diferencial correctamente realizado.
¿Qué podemos hacer?
Existen muchos tratamientos para este tipo de problemas, pero la Terapia Cognitiva Conductual (TCC), es el de primera elección para estos trastornos, ya que muchos estudios apoyan con evidencia la eficacia de estos tratamientos, que tiene la particularidad e ser: activos, estructurados, directivos y de tiempo limitado.
El objetivo de la TCC es poder reestructurar o reformular las interpretaciones disfuncionales que producen malestar en la persona (“El corazón me late más rápido, ¡seguro tengo taquicardia!” ó “Me dijo que no quiere salir conmigo, nunca voy a conseguir pareja”). También se utilizan técnicas conductuales, como la relajación para la ansiedad y la asignación de actividades para la depresión. Siempre buscando que la persona ponga a prueba sus pensamientos y creencias (catastróficos o negativos) y de esa forma pueda refutarlos, para luego cambiar sus cogniciones disfuncionales y que le generan un malestar significativo, por otras más funcionales a fin de conseguir un bienestar mayor.
La teoría cognitiva de la cual nacen estos tratamientos puede ser reflejada en la frase de Epicteto, quien escribe en “El Enchiridión”: “Los hombres no se perturban por causa de las cosas, sino por la interpretación que de ellas hacen”. Por ello es importante que estemos más conscientes de que el mundo es lo que vemos a través de nuestros anteojos y que estar más conectados con nuestras emociones puede ayudarnos a sentirnos mejor.
Yanina Márquez
Licenciada en Psicología